Comentario
Nadie pone en duda que los romanos fueron buenos organizadores y grandes constructores. Hasta donde alcanzó su dominio, difundieron unos modelos de organización territorial y unas técnicas constructivas cuyos restos perviven aún en numerosas ciudades actuales de origen romano, o en complejos rurales cuyas ruinas han llegado hasta nosotros.
Desde que Escipión desembarcó en Ampurias el año 218 a. C., la Península Ibérica inició el proceso de romanización o incorporación de las tierras y comunidades indígenas a los modos de gobierno y actuación de Roma. Uno de los testimonios más elocuentes que dio forma y fondo a este proceso fueron las ciudades, bien creadas ex novo, o bien remodeladas bajo el empuje de los nuevos colonizadores.
Algunas ciudades hispanorromanas se abandonaron en un determinado momento de su historia y quedaron convertidas en despoblados. Otros enclaves fueron sepultados bajo construcciones posteriores, fruto de la evolución histórica de un mismo espacio urbano. Tanto en el primer caso -debido a los expolios para obtener materiales de construcción- como en el segundo -destrucciones sistemáticas de las ruinas por la explosión urbanística- se han perdido muchos datos sobre la trama urbana de la Hispania Antigua. Sólo en fechas muy recientes, el desarrollo de la llamada arqueología urbana -aunque sometida al duro régimen de las excavaciones de urgencia- ha logrado evidenciar la magnitud de los vestigios de ciudades romanas como Tarragona, Mérida, Zaragoza, Valencia, Gijón, Sevilla, etc.
A lo largo de las siguientes páginas trataremos de analizar cómo se articuló el urbanismo hispanorromano. Tomaremos como punto de partida la situación de la península en el período anterior a la conquista y analizaremos la acción de Roma en las distintas etapas del desarrollo y consolidación de las ciudades, atendiendo no a sus monumentos arquitectónicos sino a la configuración de su trama urbana y los testimonios conservados de la misma.